Nacido en el pensamiento de Lao Tse, en cuanto a que, mientras el padre y el hijo son dos personas, la madre y el hijo son en cambio una sola. Pero Luisa Cuesta le ha demostrado a la sociedad uruguaya que ha soportado estoicamente el doble dolor de haber perdido a su hijo, tener la certeza de que estaba muerto y la incertidumbre de no saber qué pasó con él.
Luisa Cuesta murió ayer a los 98 años pensando en unirse con Nebio en el más allá, después de haber atravesado el aislamiento, la indiferencia y la insensibilidad de una parte de la sociedad que puso entre paréntesis el sentimiento al politizarlo. Así, cada vez que Luisa Cuesta recorría las ciudades para participar de actividades vinculadas con el grupo de madres y familiares de desaparecidos, no faltaban cuestionamientos y suspicacias propias de quienes sólo pueden ver por el reducido espacio de una cerradura. Luisa recorrió en los peores años de la dictadura, los cuarteles, se sentó frente a adustos generales, capitanes y coroneles, en su afán de conocer datos a los que tenía derecho.
En todos los casos recibió la indiferente negativa o a lo sumo la promesa de recabarle fechas o direcciones que bien sabía desaparecerían tras pasar la puerta al regreso.
Su dignidad la llevó a buscar, reunirse, preguntar, hablar, gestionar y nuevamente preguntar, sin cansarse nunca de su insistencia.
Con los años su figura fue acrecentándose y recibió distinciones que no por merecidas calmaron el profundo dolor de su herida.
Nebio Melo era además el único hijo y en febrero de 1976 presumiblemente con ayuda de militares uruguayos, desapareció para siempre.
El fondo del mar, una tumba clandestina, o un horno incinerador, habrá sido la tumba final de aquel joven que hoy superaría los 70 años.
Había asistido a la Escuela Nro. 4 donde sus compañeros de curso le recordaron como un joven travieso que se trepaba a los ventanales del recinto.
En el Club de Remeros practicó la natación y en Racing el fútbol, para ingresar ya en la adolescencia al Movimiento de Izquierda Revolucionaria que tuvo en Soriano una importante presencia.
En 1972 se casó y tuvo una hija a la que llamó Soledad, presagio quizá de los tiempos que viviría en adelante su madre.
Luisa había nacido en 1920, hija de inmigrantes españoles y criada por su hermana mayor a la muerte de su madre cuando apenas tenía cinco años. Fue alumna de la Escuela Nro 32 y fue administrativa en el taller de chapa y pintura de Juan A. Farías donde se desempeñó durante 23 años.
Se casó con René Melo que en 1950 murió de manera trágica por lo que debió criar como madre sola al entonces pequeño Nebio.
En junio del 73 a la una de la madrugada, un auto paró frente a la casa de Luisa con personas vestidas con uniforme del ejército y tratando de manera violenta a la dueña de casa le revisaron la finca, llevándosela detenida.
En el interrogatorio del Batallón 5 de Infantería, la pregunta estuvo evidentemente dirigida a las actividades de su hijo. Fue llevada a Montevideo al Juez militar que la dejó en libertad, no obstante lo cual volvió al cuartel y permaneció varios meses detenida y encapuchada compartiendo la cárcel posteriormente con Ricardo Blanco Valiente, en una carpa de lona en el medio del cuartel.
Fue liberada en enero de 1974 y dos años después desapareció definitivamente su hijo.
Reinstalada la democracia se constituyó el grupo Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos que la llevó a un largo periplo de lucha por los derechos humanos. Fue declarada ciudadana ilustre de Montevideo en 2012 y Doctor Honoris Causa de la Universidad.
La 15ª Convención de la FEU llevó su nombre y el Correo Uruguayo imprimió en su homenaje un sello de la serie "Mujeres Notables".
Ayer a los 98 años sus ojos se cerraron para siempre como última página de un libro que de cualquier manera se seguirá escribiendo.